jueves, 29 de mayo de 2014

Las estrellas no son, ni deberían ser, lo más importante de True Detective

En las últimas semanas se ha especulado mucho sobre quienes serán los protagonistas de la segunda temporada de True Detective. El impacto mediático de la obra de Nick Pizzolatto ha sido abrumador. Personalmente, me declaro una fan de la serie, de los personajes, de la historia, de Carcosa y del rey amarillo. Admiro, aprecio y valoro, de manera muy positiva, el trabajo de los protagonistas: Woody Harrelson y Matthew McConaughey están inmensos.

Tras la tempestad llega la calma, al menos eso es lo que se dice. Sin embargo, tras el éxito de la primera temporada, no hay día que no aparezca una nueva "noticia" sobre el posible reparto de la segunda temporada de True Detective. La gente hace cábalas, apuesta por sus favoritos, sueña con un reparto hecho a la medida de sus preferencias. Se rumorea que Brad Pitt podría sumarse al proyecto, luego se nombra a la pelirroja de moda: Jessica Chastain. Nada en firme, nada cerrado, nada cierto. Lo realmente importante es que Pizzolatto escriba otra historia envolvente, tóxica, laberíntica. Lo importante es encontrar a otro director con un pulso tan firme y personal como el de Cary Fukunaga. Lo importante es volver a sorprender y atrapar al público. Deben superar expectativas, redefinir parámetros, presentar personajes, ampliar horizontes, abrir nuevas rutas argumentales.... pero todo el mundo se empeña en centrarse en hablar del casting. ¿Es eso importante? NO. 


Admitámoslo, tanto Woody Harrelson como Matthew McConaughey eran actores de segunda regional en Hollywod antes del éxito de True Detective. Ambos actores habían coincidido previamente en EdTv (1999) y Surfer, Dude (2008). El que acabasen protagonizando la serie de la HBO no creo que tuviese nada que ver con el hecho de que fueran estrellas de Hollywood porque no lo eran. Ambos estaban disponibles, interesados y eran lo suficientemente económicos como para que la cadena valorase su participación en la serie. Es posible que alguno de ellos, o los dos, rebajase su caché ante el valor del guión, la insistencia de sus agentes o su propio buen criterio. 

Harrelson es recordado por ser el tontito de Cheers, el único de la serie que tuvo suerte en la gran pantalla.  Ha tenido sus más y sus menos en el cine, su mejor papel fue el de Larry Flynt en el biopic sobre el controvertido director de Hustler que dirigió Milos Forman. Sin embargo, Harrelson nunca fue una estrella de Hollywood. Estamos ante un intérprete que despierta cierta simpatía entre los cinéfilos veteranos por sus años de trabajo acumulado y, entre los mas jóvenes, por sus papeles en Zombieland y The Hunger Games. 


Matthew McConaughey es harina de otro costal. Recuerdo cuando, en sus inicios, se le llamaba "el nuevo Paul Newman". Cierto que, a mediados de los noventa,  hizo un par de buenas interpretaciones que fueron recibidas pero, el bueno de Matthew,  pronto descubrió que le cundía más cuidar su cuerpo que su arte. Durante años fue el objeto de deseo de incontables comedias románticas. Compartió plano con Kate Hudson, Sarah Jessica Parker, Jennifer Lopez, Penelope Cruz... Sin embargo, hace unos años, su filmografía empezó a empatar papeles más serios, con mayor relevancia, con interés, con vida. Su carrera empezó a desligarse de esa imagen cultivada a golpe de abdominales de chico de comedia romántica. 

McConaughey está viviendo un momento profesional de lo más dulce, a su gran interpretación en True Detective hay que sumarle la avalancha de premios por Dallas Buyers Club.

No reniego de su participación en LA SERIE del año ni del buen saber hacer que ambos despliegan en cada episodio, cada secuencia, cada plano, cada silencio, cada mirada. No obstante, lo importante de True Detective no es quién interpreta el papel; de ahí que todas las cábalas y noticias que surgen sobre el reparto de la segunda temporada me importen bien poco.

Cualquier actor o actriz con un poco de recorrido y de tablas es capaz de componer un buen personaje si tiene un buen material con el que trabajar y si tiene un buen texto en el que apoyarse. Tanto Pitt como Chastain son buenos profesionales pero creo que su fama es contraproducente para historias como las que plantea Pizzolatto. Lo ideal sería apostar por "estrellas" de segunda, incluso de tercera; o recuperar algunas viejas promesas que se perdieron por el camino. No tengo favoritos. 

jueves, 22 de mayo de 2014

La Florrick, zorra egoísta

A estas alturas, tras cinco temporadas, The Good Wife sigue siendo de lo mejor que se emite en televisión. La calidad de sus guiones, el nivel de sus intérpretes, la sutileza del relato, el desarrollo de sus tramas y esos puntos de excentricidad representados por algunas de sus estrellas invitadas, la convierten en un sólido y fecundo drama, con toques de comedia, que habla - y bien y con soltura y con argumentos - de muchas cosas. Aunque para mí, el discurso más importante de la serie es el que se refiere a la mujer, al poder de las mujeres, a las relaciones con EL PODER, a la imagen que tenemos de ellas. Un discurso que recorre los miedos, las dudas, las incertidumbres y los obstáculos a los que se enfrentan las mujeres; pero que también habla de sus virtudes, de sus logros, de su fuerza, de su sacrificio y de su amor. Todo esto confluye en una imagen, la de Alicia Florrick; una mujer que ha madurado y aprendido, que ha sufrido y reído, que ha luchado y perdido, que ha ganado y claudicado. Una mujer que ya no se parece a aquella Alicia del piloto cuando aún decíamos "la serie de la Margulies".

Ahora soy consciente de que Julianna no existe, que solo existe Alicia y la última temporada de la serie sirve para confirmar la grandeza de una intérprete que ha desaparecido tras los inteligentes, tristes y cansados ojos de su personaje. La imagen de la actriz estará, por siempre, unida a este personaje; de igual modo, me cuesta imaginar a cualquier otra mujer en los zapatos de la Florrick. 

Alicia es, al fin y al cabo, el centro de todo, y su proceso de maduración hacia la persona que quiere ser (algo que no tiene muy claro) es, sin duda, lo más interesante de esta ficción.  Durante la primera tanda de capítulos de la temporada, su poder, su progreso y su valentía se han visto impulsados. Es la mujer del gobernador de Illinois y es la socia fundadora de un bufete. Dejar atrás Lockhart&Gardner fue una propuesta arriesgada por parte de los creadores pero funcionó y aportó dinamismo a una serie que, aunque no parecía correr el riesgo de estancarse, si podría haber caído en el mal de la reiteración. 

Durante la segunda parte de la temporada, vimos a una Alicia perdida, de luto, triste y superada por los acontecimientos. La muerte de Will Gardner fue un trago difícil de digerir. Una muerte que le llevó a plantearse su papel como esposa, como abogada y como persona. La desaparición de Will precipitó el final de su relación con Peter, una pequeña depresión y, a la larga, un enfrentamiento con Cary sobre el futuro del recién fundado bufete. 

¿Quién soy? ¿Qué quiero ser? parece que se pregunta Alicia mientras se mira en un espejo o cuando bebe una gran copa de vino en la soledad de su cocina. Peter le recriminó el ser una zorra egoísta, y razón no le falta. En muchas ocasiones Alicia ha actuado como tal, está en su derecho, todos nos merecemos ser egoístas y buscar nuestra propia felicidad. Sin embargo, Alicia siempre antepondrá la felicidad de sus hijos a sus propios intereses y siempre se escudará en ellos para justificar algunas de sus elecciones más discutibles. 


Alicia Florrick es poderosa pero tiene debilidades, fallos, carencias e imperfecciones. Esos detalles son los que le confieren humanidad, interés y profundidad al personaje. Esos detalles son la que hacen que Alicia sea real, creíble. Sus dilemas, sus dudas y su sentido de la moralidad se han vuelto más complejos año tras año; pero cuando creíamos que estábamos ante una mujer capaz de manejar prácticamente cualquier situación la vimos ocultarse debajo de las blancas sábanas de su cama durante varios días. El dolor hizo mella en su armadura y en su esquema del mundo. Alicia cambió con la muerte de Will pues abrió los ojos y tomó aliento. Estaba tan centrada en levantar su firma, en colaborar con Peter, en demostrar su poder que no se paró a ver lo que estaba pasando ni a meditar si realmente quería que esas cosas pasasen. 

La sexta temporada le propondrá nuevos retos a esta mujer que debe aprender a quererse un poco más a ella misma. Creo que la mayor lección que Alicia debe aprender es que es posible ser feliz y que no está mal serlo. 


lunes, 12 de mayo de 2014

The Crazy Ones, nos quedamos sin Zandrew

Me ha vuelto ha pasar. Si es que no aprendo. Con lo difícil que resulta encontrar una comedia entretenida y resultona. Con lo difícil que es empatizar y llegar a querer a ciertos personajes. Con lo duro que es seguir, semana a semana, una ascendente de humor y buena comedia que sobresale, con facilidad, entre las demás propuestas cómicas -ya sean de network o cable-. Y sabes que no durará, que acabará cancelada porque es la CBS, porque los datos de audiencia son pobres para una cadena acostumbrada a cifras astronómicas, porque los sueldos de Robin Williams y Sarah Michelle Gellar no deben ser bajos, porque hay que dejar sitio en la parrilla para nuevos proyectos, porque las comedias -en los últimos años- no funcionan y pocas son las que se salvan de la quema. 

Y así sucede que la CBS cancela la serie, echa el cierre a la agencia de publicidad de Robin y Sarah, padre e hija en The Crazy Ones. Esta ficción creada por David E. Kelly, un hombre que hace años convertía en oro todo lo que tocaba y que está de capa caída, se centra en la agencia de publicidad de Simon Roberts (Williams) y su hija Sydney (Gellar). No es difícil entender que fuese una de las series que más llamó la atención cuando se presentó: Kelly tiene en su currículum Boston Legal o Ally McBeal; Sarah Michelle Gellar quería olvidar el mal trago de Ringer y dejar atrás su imagen de aguerrida cazavampiros; y Williams regresaba a la pequeña pantalla tras Mork y Mindy.

A priori podría parecer que ambos actores no encajan y que no iban a funcionar juntos. Sin embargo, entre ambos hay bastante química. Los excesos de Williams se contrarrestan con la habitual inexpresividad de Gellar, y aunque pueda resultar increíble, la otrora Buffy se descubre como una buena actriz de comedia física. Nada del otro mundo, nada al nivel de Alyson Hannigan o Amy Acker -por nombrar a algunas de sus compañeras en el whedonverso-, pero si lo suficientemente efectiva como para no desentonar y quedar como la pata coja de The Crazy Ones. La relación padre-hija está bastante trabajada. Simon fue un hombre de excesos, consumió todas las drogas posibles, bebió todo el whisky de Chicago, salió con hombres y mujeres, vivió al límite y eso le permitió ser uno de los creativos de publicidad más versátiles y fecundos de su tiempo. Sydney vivió las consecuencias de todo aquel exceso. Siendo niña era frecuente que se sintiese sola, abandonada y enfrentada a terribles situaciones por parte de un padre que se pasaba más tiempo cazando unicornios imaginarios que centrado en salvaguardar el bienestar de su pequeña. Aún así, las cosas no fueron del todo mal para Sydney pero, como todos, tiene ciertos problemas de autoestima, de control y de relaciones personales. Su padre, una vez limpio, intenta compensarla por todo. Y de ahí nace una bonita continuidad donde el padre cuida a la hija que cuidó (y cuida) del padre, en un círculo infinito de cariño y mutua comprensión. 

El reparto se completa con la presencia de Hamish Linklater, James Wolk y Amanda Setton; y en los últimos capítulos se refuerza dando más cancha al personaje de Brad Garrett, Gordon Lewis, el socio de Simon en la agencia. Gordon es todo lo contrario a Simon, es organizado, cabal, predecible y se encarga de la división económica de la empresa. 

Setton es Lauren, una secretaria un tanto excéntrica y alocada, con un pasado de lo más rocambolesco pero cuyas intervenciones están bien medidas sin que llegue a saturar ni resultar demasiado extravagante para el conjunto. Encontrar ese sutil equilibrio es difícil. Sin embargo, nos quedamos con las ganas de saber un poco más de esta mujer capaz de copiar una firma con solo verla una vez. 

Y los chicos. Que conste que nunca me gustaron ni Linklater ni Wolk pero aquí estamos hablando de Zandrew, la fusión de Andrew y Zach. Un bromance que estoy convencida que hubiese llegado a estar en mi top five (Deny-Alan, Chandler-Joey, Gus-Shawn, House-Wilson, Troy-Abed). Andrew (Linklater) es uno de los directores artísticos de la agencia. Es culto, pardillo, inseguro y el menor de siete hermanas. Es la voz de la razón pero siempre busca la aprobación de sus compañeros y, especialmente, de Simon. 

Zach es mono, tontorrón, carismático y un mujeriego empedernido. Amigo de Andrew y camarada de Simon, con el cual encaja maravillosamente. Wolk se hace con el personaje y desprende un encanto y una cercanía casi magnéticas. No es de extrañar que, a pesar de sus abusos y su egoísmo, Andrew sea su mejor amigo. Puede que al principio fuese una relación un tanto descompensada, un error que los guionistas corrigieron rápidamente, haciendo que tanto Zach como Andrew se necesitasen mutuamente, no solo a nivel laboral sino también emocional. 


Muchos creyeron que la serie sería Robin Williams, y si bien es cierto que el oscarizado actor rebosa vitalidad debemos ser objetivos y ver The Crazy Ones como una obra coral donde todos y cada uno de los actores del reparto aportan su  granito de arena al resultado final. Williams entregado a lo suyo, el gag, las voces, la gestualidad, está magnífico (para quien le guste este tipo de cosas y este actor) pero no desatado. Wolk, que tiene química con todo el reparto, funciona a su lado, y Sarah, en menor medida, también. No hay más que ver las tomas falsas al final de los capítulos para ver que bien estaban juntos todos y que bien se lo pasaban. 

Disfruté de los 22 capítulos de la primera, y única, temporada de The Crazy Ones. Voy a extrañar a este alocado grupo y el vozarrón de Garrett. 

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