lunes, 1 de septiembre de 2014

The Booth at the End, cápsulas de maestría actoral

Varios personajes se citan con un hombre en una cafetería: una monja católica que hace tiempo que no escucha la voz de Dios, una anciana cuyo marido padece Alzheimer, un hombre con un hijo con leucemia, un fracasado que quiere salir con una modelo, una joven que aspira a ser más hermosa y otra que necesita conseguir dinero para su padre. Todos ellos visitan la cafetería para hacer un trato con el hombre sin nombre. Si llevan a cabo la tarea que el hombre les encomienda verán cumplidos sus deseos. 

Este es el punto de partida para The Booth at the End, una webserie producida por el canal FX compuesta de diez capítulos de 20 minutos de duración. La serie se divide en dos temporadas (5 capítulos cada una) que se desarrollan íntegramente en el interior de una cafetería. Las únicas constantes a lo largo de las dos temporadas son la presencia de Xander Berkeley interpretando al misterioso hombre y el uso de un estilo narrativo fragmentado que avanza y se mantiene cohesionado gracias a los buenos diálogos y las estupendas interpretaciones. 

Cada personaje quiere algo diferente y cada personaje tiene una tarea diferente. El hombre habla con ellos a lo largo de todo el proceso pues siente curiosidad por sus pensamientos, sus emociones, sus dudas, sus miedos, sus alegrías. Recoge toda esta información en un libro donde, meticulosamente, registra todo lo que le dicen. ¿Qué estarías dispuesto a hacer para salvar la vida de tu hijo? ¿Hasta dónde llegarías para verte guapa? ¿Cuál es el límite? ¿Realmente queremos lo que queremos? Las tareas que el hombre les encomienda pueden entrar en conflicto las unas con las otras o pueden complementarse. Las piezas que componen la trama van encajando a medida que los personajes avanzan en la realización de sus tareas y, al final, todo parece tener un sentido aunque puede que no nos guste el resultado. 

Las conversaciones entre el hombre y el resto de personajes fluyen repletas de vida, de dolor, de muerte, de felicidad, de incomprensión, de recelo, de esperanza. Los personajes se ven enfrentados consigo mismos y, al igual que el espectador, son obligados a plantearse ciertas cuestiones morales que no resultan cómodas. 

El hombre está interpretado por un increíble Xander Berkeley, quien da toda una lección interpretativa perfilando un personaje que a base de miradas, gestos y silencios es capaz de cargar con todo el peso de la trama. Un personaje tan fascinante como complejo del que poco o nada sabemos y que Berkeley compone con aparente sencillez. Hay momentos en los que despliega ternura hacia los demás, otros en los que se muestra duro y tajante. Momentos en los que parece dudar y sufrir con su “trabajo”, momentos en los que sonríe y se le nota contento. Todo esto es capaz de transmitir el actor haciendo gala de un exquisito minimalismo y usando ese instrumento maravilloso que es la voz. A su lado, en la mesa de la cafetería, se sientan actores y actrices como Jack Conley, Sarah Clarke (pareja en la vida real de Berkeley), Timothy Omundson, Noel Fisher, Danny Nucci o Abby Miller.

The Booth at the End es la demostración de que puede hacerse algo brillante con muy poco dinero. Aquí lo que importa son los diálogos, la sencillez de la puesta en escena y el trabajo interpretativo de los actores y actrices implicados en el proyecto. Estamos ante un drama que mantiene al espectador en suspense hasta el final porque las preguntas que nos hacemos son muchas. ¿Quién es ese hombre? ¿Es Dios o el Diablo? ¿Qué harán los personajes? ¿Quién es esa camarera? ¿Qué escribe en el libro? 

Un ensayo visual que explora la condición humana y los principios por los que nos regimos, dejándonos en evidencia la fragilidad de nuestras convicciones a través de unos personajes que dejan de lado su moral y su ética para conseguir aquello que más desean.

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